martes, 30 de noviembre de 2010

El torrente.

Cerca, muy cerca de pisar los 20 años. Tanto tiempo y tan poco a la vez, repienso mi vida en cuestión de segundos. Una vez me plantié "leyes generales" para mi vida, para poder guiarme con algo, y una fue "nunca olvidar de donde vengo".
Mi nombre es Fernanda, nací un 4 de diciembre de 1990, un martes al mediodía en el hospital municipal de Chascomús, provincia de Buenos Aires. No se cuanto pesé, nunca me contaron detalles de mi nacimiento, ni del embarazo, sólo se que el día que nací mi viejo estaba de mal humor, que divino, y que me tuvo unos cuantos minutos hasta que se le dió por volverse a casa para dormir su respectiva siesta. Después sé que me cuidó mi abuela un rato, la mamá de mamá, y nada.. eso es todo lo que me contaron. Nunca me dijeron como reaccionaron mis hermanos con mi llegada. Por momentos pienso que soy adoptada, solamente me contaron ese suceso, por el contrario, de mis hermanos siempre cuentan más detalles. A pesar de ser la única medianamente firme en mi familia, nunca me dieron mucha pelota, recién cuando llegué al secundario se empezaron a acordar un poquito más de mi persona xD.
Nací rodeada de muchos perros, creo que eso sin dudas me hizo ser mejor persona, nada más lindo que criarse con máscotas, los mejores compañeros. Mi inolvidable cuqui, mi regalo de cumpleaños número 4, creo que a su vez por eso el 4 representa tanto en mi vida (sin hablar de pose sexual). Tuve muchas perras en mi vida, personas y máscotas, pero como cuqui no habrá ninguna. Cuando llegó tenía la misma edad que yo, era increíble, hasta "festejabamos" nuestros cumpleaños el mismo día, el 4 de diciembre. El otro día la nombré y dije que llegó a los 14 o 15 años, ahora me doy cuenta que fueron más años de compañia, yo tenía 17 años cuando nos dejó. Sin dudas toda una vida, una gran compañia. Mezcla con caniche, siempre se posaba en la ventana de la pieza de mis viejos que da a la calle, y con su hermoso pelo, su pequeño tamaño, y su simpatía les sacaba una sonrisa a los que pasaban por la vereda. Tenía un novio, ya de vieja y castrada, el indio, el perro de la vuelta de casa que todavía sigue pateando y se levanta a todas mis perritas, un atorrante bárbaro. A ese perro yo lo llevé al barrio, lo encontré en la plazita de la iglesia, cuando era ignorante e iba a colaborar con la iglesia todos los días, y lo terminaron adoptando los vecinos de la vuelta.
También crecí rodeada de pelotas de fútbol, soltaditos y demás juguetes que dejaba mi hermano por ahí. Desde que tengo consciencia de mi existencia sé que juego al fútbol, y me encanta. Si bien mi estado no es el de antes, como me gusta mirar fútbol.
Me trepaba a los árboles, el pino chato del parque, un pino que lo agarró un rayo y quedo abierto, literalmente, en dos.
La chiclana con los coquitos, si habré ligado moretones por esos porotitos que da el árbol de casa, y la chiclana hecha con un globo y el pico de una botella, un arma asesina.
Las carreras en vehículos improvisados, desde patinetas, bolicheros hasta una cortadora de pasto que me "regaló" papá y la tuneamos con los chicos del barrio.
El softball en el parque, el juego de las canciones en la esquina, la casita del árbol en la otra esquina, la escuela a la vuelta, la supuesta brujita que vivía en el galpón del jardín, todos juramos haberla visto, todos mentirosos.
Las bicicletas con rueditas, el triciclo ya siendo grandesitos, el laboratorio secreto que inventamos con un amigo en mi cuarto. El juego de la copa.
Como olvidar mis viejos amores, Emilio y Ricardo jaja, claro no me iba a poner de novia con una mujer cuando iba al jardín. Las guerras que se armaban en la casa de Emilio, con los enormes árboles que caracterizan su casa, podíamos estar metidos ahí adentro por horas. Hasta creamos un cuartel por la supuesta guerra.
Después estaba Leo, un chico de San Bernardo que pasaba los veranos en Chascomús, en la casa de abuela, a la vuelta de mi casa, mi amor platónico. Ahora anda con una vieja compañera de primaria. Era ver que llegaba Leo y Fran (mi primo) y automáticamente ibamos al kiosco a jugar al metegol, eramos cerca de 10 chiquitos histéricos gritando los goles, y cuando nos aburriamos comprabamos miles de bolsitas de bombitas, un peso cada una en esas épocas, y se armaban terribles guerras en toda la cuadra. Siempre me va a quedar la imagen de mi hermano arriba del techo del vecino tirandonos con bombitas, y ninguna podía saber donde estaba.
Mis queridas mellis, crecimos practicamente juntas, ellas nacieron un 22 de noviembre, y al toque salí yo jaja, nos criamos juntas, nos decían trillizas, eramos iguales de chiquitas. Compartí miles de cosas, hasta que por cuestiones de la vida uno comienza a perder amistades, pero el cariño que les tendré a esas dos personas será siempre enorme.
Y mi infancia, que veo ahora como algo tan lejano, transcurrió de una manera increíble.
Si tengo que volver a una étapa, que sea esa por favor.
Otro día cuento mi étapa anterior a la adolescencia, y más adelante no te pierdas "La adolescencia de Nanda", su primer amor, primer novio, primer beso, y la abierta declaración "Yo no se que le ví a los hombres en su momento". (?)
Es la hora es la hora, es la hora de jugar.